Nuevo día en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y la sesión matinal corre a cargo del debut en el largometraje de la francesa Lola Quivoron con Rodeo, un impostado relato de iniciación, madurez y empoderamiento sobre una joven cuya mayor pasión es robar motos e intenta adentrarse en el mundo heteropatriarcal de un grupo de moteros amantes de las piruetas más extremas.
Pero desde los primeros minutos de la película ya podemos intuir que este no es más que otro de esos otros tantos relatos de (falso) empoderamiento femenino donde todo lo que hay alrededor de la protagonista y las figuras masculinas no dejan de ser meras parodias inútiles y exageradas para que el espectador pueda hasta cierto punto poder empatizar con la figura de la joven e incluso entender su gusto cleptómano por el motor.
Más aún, ya nos hubiera gustado que la directora hubiera seguido por ese camino de libertad con el que presenta a su protagonista en vez de acabar como relato moral donde todo crimen tiene su castigo llevando la historia hasta terrenos mil veces vistos y poco originales.
Algo más interesante nos parece la, hasta cierto punto fallida, The Eternal Daughter de Joanna Hogg, autora que ya fue homenajeada en la pasada edición del festival en el que se pudo ver la mayor parte de su obra y que ahora se atreve con una historia gótica y muy británica de fantasmas en la mayor línea de M.R. James y con ecos de aquella magnífica y bastante influyente The Innocents de Jack Clayton que además viene avalada por toda una productora experta en el género como A24.
Y decimos que es hasta cierto punto fallida pues hay un cierto pensamiento durante toda la película de pensar que quizás no sean estos los mejores materiales para Hogg de expresar sus temáticas e inquietudes pues todo parece demasiado impostado, desde ese caserón convertido en enigmático hotel donde no parece haber más huéspedes e imbuido en una espesa niebla victoriana, la estridente música de cuerdas y sonidos de ultratumba típicos en este tipo de historias o una Tilda Swinton convertida ya en la Lon Chaney del siglo XXI como mujer de las mil caras y que aquí interpreta tanto a la anciana madre como a su hija guionista en una búsqueda de secretos ocultos en el pasado.
Si nos llega a interesar más ese negrísimo humor negro que viene de la mano de Carly-Sophia Davies como una impertinente empleada del hotel o la flema británica de esa Swinton como anciana cascarrabias.
Acabamos la jornada de hoy en el festival con la divertida y entrañable Los Demonios de Barro, una coproducción animada entre Portugal-España-Francia y que utiliza tanto técnicas de animación 3D como el stop-motion para contar la historia de una servil y demasiado implicada empleada de una gran empresa cuyo día a día está rodeado de tecnología y que tras la muerte de su abuelo al que hace años que no ve, decide volver al lugar de su niñez y despedirse de aquella figura que fue un padre para él pero que en el pueblo es visto como un oscuro hechicero causante de una gran maldición en la zona.
Su director, Nuno Beato, recogía hace pocos meses el Goya a mejor cortometraje de animación por The Monkey y aquí utiliza mucho del folclore luso y gallego en una fábula de vuelta a las raíces y de desconexión de la vida moderna a la vez que pone en boga temáticas como la inclusión social o el respeto a los ancianos, cuyos personajes se alejan mucho de ese hiperrealismo reinante en las actuales películas de animación comerciales y se acercan más a las del prestigioso Estudio Aardman mucho más feísta y fantasioso sobre todo en el modelado de esos demonios de barro que nombra el título.
Tal vez, eso sí, sea un título demasiado centrado en el público infantil al que interpela constantemente con el recurso de un niño de la zona y unas canciones demasiado presentes.