Cuando Raúl Arévalo planteó hacer una historia cruda, violenta, orbitando en torno a la venganza y el dolor, encontró un buen número de puertas cerradas que no vieron en su proyecto una película capaz de funcionar en el mercado.
Hoy, Tarde para la ira ha sido premiada como la mejor película de nuestro cine en el pasado año, y su director como el mejor debutante del curso, todo ello gracias al haber sacado adelante este largometraje atípico en muchos sentidos.
En primer lugar, si alguien dudaba de que estamos ante una rara avis del cine español, está el hecho de ser rodada en cine. Por cuestiones de practicidad y presupuesto, hoy en día la inmensa mayoría del cine que vemos se realiza en formato digital, y haber sido capturada en celuloide dota a la ópera prima de Arévalo de esa textura que los píxeles no han logrado conseguir. Encontrar un largometraje hecho en cine resulta actualmente una experiencia casi romántica, y mucho más hacerlo lejos de los grandes estudios de Hollywood, donde este hecho se ha llegado a convertir incluso en un evento para la publicidad de la película (como en el caso de Los odiosos 8 de Quentin Tarantino). Por otro lado, no hay que alejarse mucho en el tiempo, pues la obra de moda y gran favorita para los Óscar, La La Land, también ha sido impresionada en 35 mm.
Tarde para la ira se adentra así en un mundo muy particular y, a priori, poco cinematográfico, como son localizaciones de un pueblo pequeño y un bar de barrio típico español (de hace 20 años, pero típico), creando casi un universo propio donde parecía insospechado encontrar un thriller de estas características. Esto, además, teniendo presente que en los últimos años hemos visto este género de todos los colores posibles en España, desde aquella memorable interpretación de José Coronado en No habrá paz para los malvados (también triunfadora en los Goya) hasta Cien años de perdón, competidora también este año por las estatuíllas.
Este ambiente costumbrista y, a la vez, tan lleno de agresividad y heridas en sus personajes, acaba con una estilización de dicha violencia que puede ser finalmente tóxica, haciendo las veces de un Taxi Driver a la española (salvando las distancias con las motivaciones de Travis y otros elementos capitales de la obra maestra de Scorsese) que se despreocupa de las expectativas del espectador medio para ofrecer un relato a veces difícil de digerir y chocante por su contraste con el resto del panorama cinematográfico.
Que Tarde para la ira haya cosechado, por tanto, este éxito en la pasada gala de los Goya, no es casualidad ,sino una reacción sincera a la contraposición, una prueba de que el público y la crítica se encuentran demasiado a menudo acomodados en una serie de convenciones que, al romperse, generan estupor, admiración y regocijo generalizado.