A primera vista, puede resultar un tanto sorprendente la colaboración entre estos dos íconos del arte y la cultura popular como lo son Salvador Dalí y Walt Disney.
Por un lado, el creador de Mickey Mouse y artífice de la era dorada de la animación hollywoodense, con fábulas clásicas que cautivaron al público infantil durante décadas por otro lado, el hombre que pintó el surrealismo, el catalán extravagante de lengua afilada y tendencia a la megalomanía que revolucionó el arte de principios de siglo.
Pero Walt Disney era un visionario, evidentemente, y en absoluto conformista, así que a mediados de 1940, cuando ya había creado enormes éxitos de la talla de Blancanieves y los siete enanitos, Fantasía, Pinocho, Dumbo y Bambi, todavía seguía buscando expandir los límites creativos y el alcance de sus producciones.
Para Fantasía y Pinocho, ambas de 1940, ya había sumado la colaboración del pintor abstracto Oskar Fischinger, de modo que convocar a Dalí, cosa que hizo en 1945, era una simple evolución en sus intenciones y ambiciones.
Salvador Dalí, por su parte, aficionado al cine desde muy joven, no era ajeno a las colaboraciones con otros artistas de diferentes disciplinas, y ya en ese momento eran emblemáticas las dos películas surrealistas en las que había colaborado con el director español Luis Buñuel, Un Perro Andaluz y La edad de oro.
Había un único problema. En 1945 el mundo estaba saliendo de la Segunda Guerra Mundial y las consecuencias económicas llegaron hasta las arcas de Walt Disney Studios.
Salvador Dalí estaba trabajando en el storyboard de la película junto con el artista de Disney John Hench, y el proyecto se mantuvo en secreto.
Pero por falta de fondos, la producción fue cancelada tras ocho meses de trabajo.
Hench, de todas maneras, tomó parte del storyboard y reunió 17 segundos de animación para intentar convencer a Walt Disney de continuar con el proyecto. Pero éste fue considerado inviable en términos financieros y quedó cancelado por tiempo indefinido.
Ese tiempo indefinido terminaría siendo de más de medio siglo.
Fue recién en 1999 que Roy E. Disney, el sobrino de Walt Disney, decidió retomar el proyecto y lo puso en manos de una pequeña sucursal de animación de la compañía en Francia.
Un equipo de 25 animadores de Disney Studios France, al mando del director Dominique Monféry, se encargaron de descifrar el enigmático storyboard que habían dejado Dalí y Hench (contando con la ayuda de un diario que en aquel momento tenía Gala Dalí, la esposa del pintor), que incluía dos pinturas de Dalí y 135 bocetos.
UNA (NO TAN) SIMPLE HISTORIA DE AMOR
A partir de allí se reconstruyó la historia y se llegó a este cortometraje de 6 minutos que finalmente fue lanzado en 2003, 58 años después del comienzo de su producción.
La película se centra en Crono, la personificación del tiempo, y su amor por una mujer que, siendo él un dios y ella una mortal, está condenado (¿destinado?) a fracasar.
Dalí y Hench trabajaron en una nueva técnica de animación para la película, una versión cinematográfica del método paranoico-crítico que Dalí inventó para sus pinturas, que consistía en evocar un estado de paranoia y así llegar a conexiones entre objetos que racionalmente uno no asocia, dando lugar a estas imágenes abstractas y surreales.
De este modo, el cortometraje no sólo recurre a varias imágenes típicamente dalinianas, que le dan a la película un carácter alucinatorio y, tal como las pinturas de Dalí, ciertamente perturbador, sino que cada figura o imagen reconocible —un reloj, un monumento, pájaros, la mujer, una sombra, hormigas, el desierto mismo y todo el paisaje— termina despegándose de la realidad y convirtiéndose en una figura abstracta y cambiante.
La música, compuesta por el mexicano Armando Domínguez, le da un tono por momentos melancólico con una balada cantada por Dora Luz, y por momentos inquietante.
Walt Disney se había referido a la película como “una simple historia de amor, de chico conoce chica” Salvador Dalí, en cambio, menos preocupado por la simpleza, había dicho que era “un retrato mágico del problema de la vida en el laberinto del tiempo”.
Si nos libramos a la interpretación, algo que definitivamente Destino favorece, se puede decir que se trata sobre la inevitabilidad del amor aún cuando el transcurrir del tiempo se empeña en transformar todo, incluso el objeto de nuestro amor.
¿Qué mejor interpretación para un cortometraje que evidencia el amor de sus creadores por el arte, pero que ellos mismos no llegaron a ver por culpa del paso del tiempo?