Música: John Adams
Libreto: Alice Goodman
Director musical: Olivia Lee-Gunderman y Kornilios Michailidis
Director de escena: John Fulljames
Director del coro: Andrés Máspero
Reparto: Jacques Imbrailo, Leigh Melrose, Borja Quiza, Sandra Ferrández, Gemma Coma-Alabert, Ekaterina Antípova, Alfred Kim, Sarah Tynan, Audrey Luna, Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
Teatro Real de Madrid
Hasta el 2 de mayo de 2023
CRÍTICA
Con el paso de las décadas, uno imagina que, cuando Nixon visitó la República China en 1972, ese encuentro entre civilizaciones debió de producir en ambas sociedades una sensación semejante a las visitas de extraterrestres que tantas veces hemos visto en el cine. La extrañeza, la curiosidad, la incertidumbre e incluso el temor a fracasar en un acercamiento hacia el enemigo de la todopoderosa URSS se dieron cita en aquel aeropuerto de Pekín. Aquel apretón de manos entre Zhou Enlai y Richard Nixon pasaría directamente a los libros de Historia.
El espectador que se ha sentado en una butaca del Teatro Real estos días ha podido sentir la emoción de ese instante eterno a través de la maravillosa partitura de John Adams en su magnum opus: Nixon in China. Bastan los vientos de la pieza “Landing of the Spirit of ‘76”, en la escena I del primer acto para comprender el acercamiento del compositor norteamericano a este episodio: su característico minimalismo teñido de una profunda epicidad. El mismo Nixon (interpretado por Leigh Melrose) lo declara al llegar al aeropuerto: “Aunque hablamos distendidamente, /los ojos y los oídos de la historia / grababan cada gesto / y cada palabra nos transformaba / mientras nosotros, extasiados, / hacíamos historia”. Sin embargo, esta grandilocuencia va transformándose hasta dar paso a la profunda melancolía con la que cae el telón en el acto final: la constatación de que aquellos gigantes no eran más que hombres; cansados, pequeños, inseguros… como todos nosotros.
Una pregunta en boca de Enlai (Jacques Imbrailo) queda flotando en el aire de una tímida mañana que lucha por abrirse paso entre las dolorosas cuerdas finales de la orquesta: “¿Cuánto de lo que lo hicimos fue bueno?”. Ese viaje de la Historia con mayúsculas a las historias personales de cada uno de los protagonistas pivota en el exquisito acto II, donde el foco se centra en las dos primeras damas: Jiang Qing (Audrey Luna) y Pat Nixon (Sara Tynan). La first lady de los Estados Unidos, en una jornada extenuante de visitas oficiales, se deja imbuir por el espíritu del gigante socialista y sus gentes. El juego metateatral al que asistimos durante la representación del ballet El destacamento rojo de mujeres frente a la delegación americana y la inmersión en la trama de Pat Nixon como espectadora resultan conmovedoras y emocionantes, especialmente gracias a la coreografía de John Ross.
La dirección musical de Olivia Lee-Gunderman ha sabido guiar los contrastes y se muestra firme en los momentos más audaces y ampulosos y tierna y sutil en los más íntimos. Sin duda, fue lo mejor de un montaje ya sobresaliente gracias a la inteligente dirección escénica de John Fulljames. El diseño de escenografía de Dick Bird subraya en todo momento la naturaleza de ópera-documento de este Nixon in China al ubicar la acción en un espacio marco –especialmente en el primer y último acto– que se piensa como un enorme archivo. En él, cientos de cajas se apilan y varios investigadores revisan diferentes imágenes y documentos reales del encuentro que se proyectan en el foro y que contrastan con la representación sobre el escenario de esas mismas instantáneas.
La mítica entrevista entre Mao y Nixon en la casa del primero en Pekín se produce también en el interior de una caja enorme y, precisamente ahí, en el interior de otro desmedido receptáculo es donde los personajes se introducen tras las reflexiones del tercer acto. Estos espacios determinan los límites entre lo púbico, lo que forma parte de la Historia, y lo privado, desprovisto de toda pretenciosidad o propaganda.
Una parte del público se mostró algo tibio, aunque Sara Tynan consiguió una gran ovación gracias a su impecable “I’m the Wife of Mao Tsé-tung”, el aria más colorida de todo el programa y, sin duda, la de más difícil ejecución. Con todo, el resto del elenco fue más que solvente y preciso; brillaron un inspirado Alfred Kim (Mao) en los fraseos y a una conmovedora Tynan durante el aria “This is prophetic!” del segundo acto. La dirección del coro a cargo de Máspero fue, como siempre, estupenda, consiguiendo momentos inolvidables como el arranque del primer acto gracias “The People Are The Heroes Now”.
El resultado es, sencillamente, memorable y el Real hace justicia así a uno de los compositores contemporáneos de referencia, figura indispensable del minimalismo musical que, gracias al libreto de Alice Goodman, convirtió un capítulo simbólico de la Historia reciente en una pieza indispensable de otra historia, la de la ópera moderna.