Los comienzos de Mankiewicz en la Fox son deslumbrantes. Rueda tres películas en tan solo un año, 1946. Dos de ellas con guion propio (El castillo de Dragonwyck y Sólo en la noche) y otro ajeno (El mundo de George Apley, sin embargo, una de sus obras más personales y definitorias). Empieza en esta última un deseo de llevar a cabo su deseo de filmar guiones de otros escritores para poderse concentrar en la mecánica de la realización, en el conocimiento de un oficio que cree no dominar todavía lo suficiente.
Siguiendo ese criterio, rueda El fantasma y la señora Muir, en 1947, basado en una novela de R. A Dick, y Escape, un año después, la película que nos ocupa, y que, entre otros logros, tiene el honor de ser el primer film rodado por un norteamericano en Inglaterra una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Escape estaba basada a su vez en una obra teatral de John Galsworthy, conocido por haber obtenido el Premio Nobel de literatura en 1932 en reconocimiento a su eminente fuerza descriptiva, que se vio reflejada en éxitos como La saga de los Forsyte o La cuchara de plata.
Ambas tienen como protagonista masculino a Rex Harrison, uno de los actores preferidos de Mankiewicz y a quien volveremos a encontrar en Cleopatra y Mujeres en Venecia (y que aquí luce en un rol desaliñado muy alejado de sus interpretaciones aristócratas tipo My fair lady).
Refiriéndose a estos films iniciales, su autor los definió como “los propios de un director que está aprendiendo su oficio”. Quizás sí eran películas discontinuas en su línea de calidad, donde se podían constatar pasajes débiles o impersonales, pero esto quedará subsanado cuando consiga fama y prestigio con su estreno posterior, la excelente Carta a tres esposas.
Todo el universo creacional del director ya se atisba en un film, en teoría, tan poco importante en el conjunto de su vasta filmografía como es Escape, sobre todo en cuanto a su constante racionalismo se refiere. Por definición, el racionalista, es un hombre que intenta comprender y abarcar el mundo a partir de su inteligencia, de sus facultades mentales.
La comprensión lógica del ser humano y de los hechos que de él se derivan ocupa así toda su atención. Desde la barrera de su inteligencia, el racionalista (Mankiewicz en este caso), observa y estudia, dictamina y juzga, somete a un proceso científico los movimientos de sus semejantes, la manera en que se relacionan, los desenlaces de sus luchas y angustias.
Durante una pelea para proteger a una mujer extraña a la que encuentra sola en un parque practicando la quiromancia, el ex aviador de la RAF Matt Denant mata accidentalmente a un detective. Condenado a tres años de prisión, Denant no es capaz de aceptar la injusticia de la que es víctima y decide fugarse aprovechando una densa niebla que les sorprende una tarde mientras está realizando su pena de trabajos forzados.
Comienza así una auténtica cacería contra el aviador a través de todo el condado. Perseguido por la policía y por los lugareños, Denant sólo cuenta con la ayuda de un atribulado párroco y de una joven que comulga con sus ideas de libertad y cuyos sentimientos hacia él quedarán claros desde un primer instante.
Para el cineasta, la idiotez humana es perpetua, y aquí queda bien clara en una sociedad que permite la injusticia de encarcelar a un hombre cuyo único delito no es otro que intentar ayudar a su semejante. Por una serie de catastróficas desdichas, se verá envuelto en un alud de malas praxis que darán con sus huesos en prisión. Allí, con la mirada perdida de incomprensión hacia quienes no se rigen por la lógico sino por el impulso más primitivo, no dudará en tomar una decisión que a posteriori le traerá muchos más problemas.
¿Pero la rebeldía conlleva un futuro mejor? Aquí no desvelaremos el final de la historia, pero sí afirmaremos que el film concluye con un plano final demoledor, donde queda bien a las claras que la felicidad choca de bruces con la testarudez y obstinación del género humano.
A lo largo y ancho del breve desarrollo argumental (la cinta no dura más que una hora y diez) atendemos a una suerte socarronería implícita en los diálogos que nos recuerda muy mucho a Ernst Lubitsch, uno de los referentes más directos reconocidos por el propio Mankiewicz.
No es del todo seguro que este pretendido tono de comedia encubierta le llegue a hacer mucho bien a un conjunto que en teoría prioriza más los elementos dramáticos. Lo que se nos cuenta es grave, porque el protagonista ejerce de auténtico falso culpable en una sociedad que no le comprende y que le condena sin piedad. Pero en lugar de sentirnos angustiados por el devenir de los acontecimientos una vez emprenda esa huida hacia ninguna parte, la acción se jalona con frases chispeantes, embrollos y equívocos varios, y sobre todo con un pretendido romance con una rubia de la alta sociedad que pasaba por allí y que no acaba de convencer a nadie tanto por su inmediatez como por su impostura.
Como curiosidad que rodea a la mítica del film vale la pena anotar la presencia de dos personajes en papeles secundarios que tiempo después tendrían una importancia capital en la iconografía televisiva británica. Nos referimos a William Hartnell (quien da vida al detective Harris) y a Patrick Thoughton (el cura rural que aparece en las escenas finales). Ambos se pusieron en la piel en distintas etapas del doctor catódico más famoso de las islas. Hablamos de Doctor Who,protagonista de una serie de ciencia ficción producida por la BBC.
Para finalizar, nos haremos eco de un par de críticas que aparecieron en periódicos de la época recién estrenada la película. Por un lado, AH Wailer, crítico de cine del New York Times, la trató bastante bien en su crónica: “Como convicto acosado, Rex Harrison ofrece un retrato sobrio y persuasivo de un hombre acosado por tribulaciones no sólo físicas sino también morales. El ritmo de la acción quizás sea un poco más lento de lo que cabría esperar en una película de Mankiewicz, y el guion de Philip Dunne se muestra demasiado conversacional. Pero estos son defectos menores para una propuesta adulta donde se trata el tema de la justicia de manera seria y profunda”.
Por su parte, Craig Butler comentaba: “el director utiliza una serie de interesantes toques visuales que sirven de respiradero de el espinoso tema principal y sus sucesivas discusiones morales derivadas de él. Harrison está en plena forma, proporcionando el tipo de rendimiento sólido crucial para el anclaje de una película de este tipo”.
¿Es Escape la película más desconocida de su afamado director? Pues seguramente sí, habida cuenta de que durante bastantes años se pensó que no existía ninguna copia completa que se hubiera conservado en buen estado. Pero no era así, y ahora se puede disfrutar como una rareza digna de reivindicar que ningún seguidor de uno de los realizadores más importantes de la historia del cine debería dejar escapar.