Artículo firmado por Sandra P. Medina
Mathew Raymond Dillon mejor conocido como Matt Dillon, nació el 18 de febrero de 1964, en el seno de una familia ligada al arte, su padre pintor y su tío abuelo Alex Raymond creador de los personajes de comic Jungle Jim, Flash Gordon, Rip kirby y Secret Agent X-9.
Su carrera empezó como extra en 1979, con tan solo 15 años en la película Over the Edge, dirigida por Jonathan Kaplan, quien percibió en el joven Dillon ese talento innato, encanto y magnetismo, y decidió darle un papel más relevante en la película en la que interpreta a Richie, un chico rudo y rebelde, lo que le abrió las puertas en el mundo del cine, y llamó la atención de Francis Ford Coppola quien lo contrató en 1983 para trabajar en The Outsiders, como el memorable Dallas Winston y en Rumble Fish al lado de dos gigantes: Mickey Rourke y Dennis Hopper.
Dillon se convirtió en un ícono de la Generación X y de la década de los 80, con una capacidad enorme para interpretar personajes que requieren complejidad, potencia, humor, cinismo, y una estructura actoral que afianzó con los años, gracias a su versatilidad y espontaneidad para codearse con diversos géneros cinematográficos.
Una de sus interpretaciones más memorables ha sido en la película Drugstore Cowboy (1989) y en la que quiero extenderme porque gracias a ella, he sentido una fuerte fascinación hacia Matt Dillon, un actor que prefirió enfocarse más en la actuación y no en el estrellato.
Cuando vi por primera vez Drugstore Cowboy quedé alucinando durante días, gracias a la delirante historia que Gus Van Sant recreó, basándose en la novela homónima de James Fogle, un talentoso adicto y ladrón que escribió el grandioso manuscrito en la cárcel.
Gus Van Sant convirtió el libro en una cinta de culto y como escribió The New York Times “una novela y una película al margen de la sociedad, ambas increíblemente sinceras”.
La película narra la historia de Bob (un encantador Matt Dillon) y Diane (Kelly Lynch) una pareja de adictos que junto a Nadine (Heather Graham) y Rick (James Legros) roban drogas de las farmacias para consumir ellos mismos y en ocasiones vender.
Nos aventuramos con estos 4 toxicómanos en una serie de sucesos divertidos pero a la vez inquietantes. Bob es un supersticioso y a causa de ello detiene por unos días los robos a las farmacias porque Nadine les propuso comprar un perro y esto desata un malestar en Bob, por el infortunio al que se confrontaron él y Diane cuando adoptaron uno y tuvieron un contratiempo con el animalito, así que para el cabecilla de la banda nombrar la palabra “perro” es designio de mala suerte por 30 días, al igual que dejar un sombrero sobre la cama.
Este par de inconvenientes que le dan un toque gracioso a la película, generan apatía de Bob hacia Nadine, cuyo fatal desenlace en la trama obligan a Bob a darle otro sentido a su vida.
Los excesos, la adrenalina, una vida desorientada que necesita ser estimulada y alucinaciones que Van Sant recreó de una manera brillante, ambientadas con la pegajosa canción Israelities de Desmond Dekker, nos narcotizan de la manera más placentera; tal vez por eso me volví aún más adicta al cine de Gus, además la exquisita interpretación de Matt Dillon, nos regala una de las películas más magistrales de la historia del cine, gracias a su autenticidad.
Y resulta aún más delirante el hecho de que Bob en el momento en que decide desintoxicarse, se encuentra con un ex sacerdote que conocía, llamado Tom (William Burroughs y quien también colaboró con la adaptación del guion) adicto a diversidad de fármacos y que contaba con la fortuna de adquirirlos gracias a su santa profesión. Sin embargo se ve obligado a dejar los hábitos, ya que en la iglesia “no hay espacio para un viejo drogadicto”
El detective Gentry (James Remar) que siempre estuvo detrás de los pasos de Bob y con quien tuvo una serie de conflictos, se ve expuesto al final con una conmovedora preocupación hacia Bob, al ser atacado por un par de novatos adolescentes en el mundo del crimen (he ahí la ironía de Gus Van Sant) cuando el detective le pregunta a Bob “¿Quién te disparó?” Bob sólo responde “El sombrero” lo que representa lo maleable que es la mente humana.
Una cinta que nos invita a aprender a leer las señales a darnos cuenta que somos los guionistas de nuestro destino, pero que a veces el miedo y la tediosa responsabilidad nos obligan a recurrir a escapismos, culpar al azar y a los demás por nuestras malas decisiones.
Una espléndida narración de la vida, los vicios, el amor, la amistad, las supersticiones, con un guion, fotografía, dirección e interpretaciones que hacen de esta película una mágica concepción de lo frenética e impredecible que puede ser la vida.
Y así ha sido la carrera del deslumbrante Matt Dillon, y no porque haya caído en vicios o escándalos, sino porque su adicción al trabajo lo han llevado a interpretar personajes del calibre de un alcohólico, como en la película basada en el libro de Charles Bukowski, Factótum, hasta ese insoportable obseso en There’s Something About Mary, un actor que le importa poco el qué dirán, porque su único motor en la vida es actuar, y que a diferencia de muchos prefabricados galanes de la actualidad en Holllywood, Dillon ha tenido la oportunidad de trabajar con grandiosos cineastas como Francis Ford Coppola, Arthur Penn, Gus Van Sant y Lars Von Trier, con quien nos reafirmó su extremo talento interpretativo en The House that Jack Built. Y su trabajo más reciente, en el cortometraje Nimic (2019) del aclamado realizador griego Yorgos Lanthimos.
Matt Dillon, un actor que merece ser estudiado, apreciado porque es de esos que en Norteamérica (por fortuna más Newyorkino que Hollywoodense) no se ha dejado contagiar por las masas; un hombre que inspira y motiva, porque su trabajo lo ha expandido a la dirección, primero con la película La ciudad de los fantasmas (2002) y el año que frenó a la humanidad 2020 con El gran Fellove, un homenaje al músico cubano que tenía pendiente este melómano, que ha sabido llevar una carrera cinematográfica a la altura y elegancia de actores tan espléndidos como Gregory Peck, y que nos ha permitido a muchas personas apreciar el séptimo arte desde la perspectiva de quienes realmente adoran y respetan hacer cine. En el 2006 en el Festival de San Sebastián le otorgaron el Premio Donostia por su destacada trayectoria cinematográfica y se convirtió en el actor más joven en recibir este galardón.
Un hombre sumamente interesante con un equilibrio emocional, capaz de interpretar desde un romántico esposo hasta un escalofriante psicópata, de esos actores que lo hacen a uno enamorarse más del cine, y que deben ser homenajeados cada vez que sea posible, porque abarcan un bagaje cargado de talento, que los grandes medios jamás van a publicar, ocurre igual cuando uno se apasiona por las películas que poco se comentan, y que no encajan en el frívolo globo azul, sino en un pequeño nicho adicto al celuloide , tal y como le ocurría al inquieto Drugstore Cowboy con sus adicciones y obsesiones.