viernes. 22.11.2024
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258 páginas - 16x23 cm. - ISSN: 2172-0363

 

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Una muñeca es el principio y el fin de la inocencia. El núcleo de esa transición es como los ángeles de Rilke. Terrible y bello. Ambivalente y perturbador. Viven aquí las muñecas de cera de Lotte Pritzel, las muñecas rotas de Cindy Sherman, la muñeca descoyuntada de Hans Bellmer; una muñeca perdida en un western de John Ford, una muñeca-amante imaginada por Luis Berlanga, una muñeca consumida y recreada, con Barbies, por Todd Haynes; una muñeca fantasmal soñada por Manoel de Oliveira y un ángel-muñeca filmado por David Lynch; la muñeca mecánica que baila, en una Venecia de Cinecittà, la última danza del Giacomo Casanova de Fellini. Una muñeca robada por Felisberto Hernández, otra narrada por Juan Carlos Onetti, otra imaginada por Unica Zürn. Muñecas de leyendas japonesas y matrioskas rusas; ginoides y hologramas de ciencia ficción (de Blade Runner a Ghost in the Shell, con escalas en J. G. Ballard); maniquíes de fotografías de Atget, muñecas anatómicas destinadas al filo del bisturí, muñecas protegidas y luego abandonadas en un mismo poema (de Sharon Olds).

 

Procesos de muñequización: en una imagen fatal de la crónica “roja” mexicana captada por Enrique Metinides, en una instalación de pájaros arropados con abrigos de lana firmada por Annette Messager, en la dulce giganta de Nueva Escocia que giró por el mundo como atracción circense, en la fábrica americana de relojes luminiscentes donde chuparon pinceles las “chicas del radio”, en Evita como muñeca ignífuga de la Nación.

 

Muñecas conjugadas en todas las variantes de sus campos. De sus campos de tiro. Porque tu muñeca te mira sin pestañear. Tu muñeca se sienta a tomar el té. De repente, el jardín trepida y se enrarece. “Todo juguete puede ser un arma”, dijo Jean-Luc Godard. La muñeca se baja de su estante, se alisa su vestido. Dispara. 

Muñecas. El tiempo de la belleza y el terror