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(…) el cine americano de los treinta está dominado por las sardónicas elipsis de Lubitsch y el de los cuarenta por los portentosos ángulos y composiciones de Welles, el de los cincuenta pertenece indiscutiblemente a Ray, el portavoz más sensible y elocuente de la soledad, el desarraigo, la violencia, la angustia que caracterizan su tiempo. Nicholas Ray no será el mejor, o el más grande, cineasta del mundo, pero fue uno de los más personales; su cine –que revive el esplendor visual de Murnau y la intensidad lírica de Borzage– es inimitable y, por muchos conceptos, único.
Es el fiel reflejo de una personalidad rica, pasional, atormentada –ahora sabemos que fue Ray un personaje mucho más complejo de lo que sus películas dejan traslucir–, que presta sentido y sustancia a sus mejores hallazgos expresivos. Hay todavía en ellas muchos tesoros escondidos: debemos rescatarlos y estudiarlos cuanto antes, porque el arte de Ray pronto puede ser –si no lo es ya– un arte perdido.
José Luis Guarner
Publicado en diciembre de 2011 y agotado hace unos años,
ofrecemos el pdf de este número doble de la Revista Shangrila