Hay un momento muy importante en El peso de un cuerpo cuando Olga, la protagonista interpretada por una magnifica Laia Marull, habla con la monja encargada de la residencia en la que se encuentra su padre tras las dolorosas secuelas que le ha dejado el ictus. Allí, la superiora del centro geriátrico le dice que entiende su situación y frustración, pero que su padre y ella no son el centro del mundo. Algo que por evidente y claro que sea se trata de una de esas revelaciones que hacen que el mundo se detenga por unos segundos. Nada vuelve a ser lo mismo.
Escrita y dirigida por la argentina Victoria Szpunberg, la obra nos habla sobre la difícil situación a la que tendrá que enfrentarse una hija tras el grave ictus que sufre su padre. Una enfermedad que iniciará un irreversible proceso de deterioró físico y mental en su padre, y que hará entrar a la protagonista en una importante crisis personal y existencial, ya no solo por lo costoso de encontrar una buena residencia sanitaria, sino por los grandes dilemas que se le presentan en el futuro. ¿Cuándo se considera que una vida deja de ser digna? ¿Cuál debe ser la respuesta del estado? ¿Es lícito desear la muerte de un familiar?
El peso de un cuerpo es una de esas obras que duelen y emocionan en partes iguales. Principalmente porque lo que cuenta es una historia que tarde o temprano puede tocar a cualquiera. Un golpe del destino que puede presentarse en cualquier momento, seas quien seas.
Motivo por el que esta historia está llena de verdad y sentimientos, siendo principalmente una confesión reparadora que busca liberar a su protagonista.
Inicialmente nos encontraremos con la historia de un padre y una hija con firmes convicciones morales e ideológicas, en este caso el progenitor fue miembro del Partido Comunista en Cataluña, pero que tras la crisis empezarán a tambalearse todas sus creencias, también las religiosas. En los primeros compases de la obra Olga, la protagonista, buscará alguna plegaria que pueda ayudarla espiritualmente, ya no solo porque necesita creer en algo, sino porque necesita sentirse querida y ayudada por alguien.
Cualquiera que haya vivido la enfermedad de un ser querido sabe que nos podemos agarrar a lo que sea. Cualquier esperanza es valida.
Pero no, ella no es el centro del mundo, y así se lo hará saber un sistema sanitario deficitario que da mas problemas que ayudas. La crítica a la actual sociedad de consumo está muy presente: Olga pierde el trabajo por no poder compatibilizarlo con el cuidado de padre, no recibe de forma correcta una ayuda por dependencia, su familia se desentiende, la Seguridad Social se muestra excesivamente burocrática, las buenas residencias de ancianos solo se las pueden permitir los más ricos, los médicos son tan eficientes como frios…
Más allá de la maestría con la que retrata el dolor y la perdida, El peso de un cuerpo es también un maravilloso ejercicio de estilo y de amor por el teatro. Victoria Szpunberg divide la obra en varias escenas llenas de creatividad y estilo que van dando forma a el mundo de Olga y su padre. La puesta en escena, obra de Judit Colomer, parte de un escenario muy sencillo, casi vacío, para ir creando un microcosmos en el que los actores, Laia Marull, David Marcé, Carles Pedragosa y Sabina Witt pueden dar rienda suelta a todo su talento.
Un reparto que no solo dará vida a un montón de personajes, sino que además ofrecen pequeñas secuencias que oscilan de forma ejemplar entre la comedia y el surrealismo y que logran dar un tono más ligero a la obra. Cabe destacar la performance que hacen de Iggy Pop, con un conciertazo que es un auténtico subidón.
En definitiva, una de las grandes obras del año en el Centro Dramático Nacional. Interesante propuesta para reflexionar hacia dónde se dirige nuestra sociedad.