De Juan Mayorga
Dirección: José Luis García-Pérez
Con Ginés García Millán, José Luis García-Pérez y Daniel Albaladejo
Diseño de espacio escénico y vestuario: Alessio Meloni
Diseño de iluminación: Pedro Yagüe
Diseño de espacio sonoro: Ana Villa y Juanjo Valmorisco
Ayudante de espacio escénico y vestuario: Mauro Coll
Realización de escenografía: Óscar Muñoz
Ayudante de dirección: Carlos Martínez-Abarca
Agradecimientos: Blas Meloni, Ignacio Mateos
Una producción de Octubre Producciones y Teatro Español
CRÍTICA
Esta crítica llega ya algo tarde, pues a la Amistad de Juan Mayorga le queda apenas una semana en las Naves del Español en Matadero. Y, sin embargo –y perdonen la reflexión “metacrítica”– esta reseña ha peleado por escribirse, hija del escepticismo ante las palabras de otros colegas.
Como algunos lectores ya sabrán, el runrún teatrero ha puesto el montaje a caer de un burro de manera tan insistente que parecía casi increíble que aquella obra tildada de “heteruza”, “plana” y que algunos calificaban de “patinazo” hubiera salido de la pluma del que, desde hace ya varios años, es el autor de teatro “de texto” más prestigioso, estudiado y laureado de nuestro país.
Comprenderán ustedes que, pese a este panorama y al acuerdo general de los expertos, la visita a las Naves del Español se imponía en una mezcla de curiosidad y quizá –y por qué no reconocerlo– de fetichismo escénico. El objetivo: ser capaz de ver una obra mala de Mayorga algo que, como el cometa Halley o los billetes de quinientos euros, solo se ve una vez en la vida.
La puesta en escena nos sitúa frente a tres amigos de la infancia: Ufarte (José Luis García-Pérez), Manglano (Ginés García Millán) y Dumas (Daniel Albaladejo) que ensayan por turnos sus respectivos velatorios. El hecho de convertirse en “actores” de un hecho más que futurible, su propia muerte, les permite confesar en voz alta secretos íntimos, reconocer errores o poner nombre a los rencores, reproches o faltas de los unos sobre los otros.
Este experimento que, a priori, podría poner en riesgo los lazos entre estos tres personajes, no hace sino fortalecerlos, subrayando que su amistad está por encima de cualquier circunstancia, incluso de sus propios defectos. Con todo, la reflexión sobre la amistad masculina –adjetivo que se destaca en varios momentos del montaje– queda un tanto desdibujada puesto que la indagación sobre los personajes se produce solo a medias y, por momentos, sentimos estar frente a estereotipos más que a hombres hechos y derechos.
El viaje de estos tres tipos, demasiado reconocibles para muchos de nosotros es, pese a lo potente de la premisa, limitado; demasiado para lo que Mayorga nos tiene acostumbrados.
Quizá lo más reseñable a nivel textual sea uno de los temas recurrentes de la dramaturgia mayorguiana: la importancia del teatro como fuente de humanidad y de verdad. Aquí los amigos convertidos en intérpretes son capaces de revelarse verdades y es gracias al ensayo y al juego –o sea, al teatro– que llegan a conocerse mejor entre ellos y a sí mismos.
Esta metáfora sobre la representación y el tópico del theatrum mundi casi como una terapia no es nueva, pero permite algunos destellos emotivos en un montaje que, en ocasiones, se vuelve plomizo –a pesar de mostrarse mucho más accesible y pedestre que otros textos del académico–.
En este sentido, la dirección de José Luis García-Pérez podría haber evitado algunas repeticiones que intentan forzar la carcajada y que suenan un poco “antiguas” para el espectador de hoy.
Son García Millán, García-Pérez y Albaladejo quienes, con su buen hacer, consiguen hacernos empatizar con estos hombres que juegan a ser muertos como hacían cuando eran niños.
La compenetración y su calidad como intérpretes son, sin duda, el gran baluarte de una puesta en escena por lo demás correcta –solvente escenografía obra de Alessio Meloni e iluminación de Pedro Yagüe–.
A pesar de la indignación de algunos críticos, resulta evidente que las propias pretensiones del dramaturgo son más modestas en este texto que en otras de sus creaciones.
En Amistad ha apostado por escribir una comedia sencilla que lance un mensaje reconfortante –lo que muy cursimente podríamos tildar de feel good comedy – y que, lamentablemente, a algunos nos ha sabido a poco.
Esta decepción, sin embargo, tiene más que ver con el horizonte de expectativas que proyecta sobre el espectador la alargada y prestigiosa sombra de Mayorga que por las promesas que nos hace el texto.
A veces el problema radica en que esperamos que los artistas escriban la obra que a nosotros nos gustaría –porque sabemos que son capaces de concebirla– por encima de la que en ese momento nos están ofreciendo.
Mientras tanto, seguiremos esperando al cometa Halley o sea, la venida de esa “obra mala” de Mayorga.