Pues no.
Incluso ese “Zinoman” del apellido sugiere algo parecido a un pseudónimo vinculado a cualquier “hombre de cine”. Quizá un autor avergonzado de poner su nombre auténtico tras un desfile de vísceras, sangre y prosa grosera.
Pues tampoco.
Jason Zinoman es el nombre de uno de esos críticos norteamericanos que de pronto logran convertirse en una voz autorizada. Actualmente escribe sobre teatro en The New York Times, pero también de cine, sobre todo de cine de terror… y precisamente en ese contexto nos lanza a la cara Shock Value, un libro editado en 2011 en su versión original, y rápidamente traducido al castellano por Rocío Valero para una atractiva edición a cargo de T&B, la editorial más importante del momento en temas cinematográficos en nuestro país.
Y como la introducción ha sido quizá demasiado amplia, vayamos directos al grano: un libro absolutamente imprescindible para conocer a fondo la época dorada del terror que coincidió con el Nuevo Hollywood, más o menos entre 1968 y 1980, lo que se ha dado en llamar el apogeo de American Gothic… al mismo tiempo que el reinado del director en Hollywood: la época en que las estrellas no eran los intérpretes, sino Lucas, Coppola, Spielberg, Scorsese, De Palma, Carpenter, Cimino y compañía.
Luego llegaron los fracasos consecutivos de Corazonada de Coppola y La puerta del cielo de Cimino. Los estudios recapacitaron: decapitaron a los directores, restituyeron el poder a los productores, y los guionistas… los guionistas se limitaron a cobrar por reescribir la misma historia una y otra vez. Eso si no estaban en huelga, que lo han estado varias veces... aunque algunos pensemos que en realidad llevan dos décadas parados.
Nacieron las sagas. Bueno, no nacieron, pero se convirtieron en el pan nuestro de cada viernes. Y el panorama se mantiene hasta hoy, en que los estrenos de cada fin de semana parecen clones de los filmes exhibidos siete días antes. Y el cine-cine corre peligro de desaparecer por su propia desidia, pese a los apabullantes efectos especiales y las 3D… o quizá precisamente por eso.
Pero creo que nos hemos equivocado al coger este sendero. Mejor volvamos a la autopista. Regresemos al punto de partida. Hoy veníamos a hablar de mi libro.
Un libro imprescindible
Imprescindible por los títulos que recoge, por la documentación novedosa que aporta, pero, sobre todo, porque el estilo elegido por Zinoman es ese tan americano que huye de las enciclopédicas enumeraciones, las aburridas repeticiones de clichés y los tibios planteamientos universitarios para zambullirse de lleno en el qué y el cómo.
El autor construye a lo lago de once capítulos un recorrido por el cine de terror de la época, pero basándose en una película concreta en cada caso, recorriendo los antecedentes de la gente que la hizo posible (normalmente el director, aunque también se habla en algún caso del guionista, el productor o algún intérprete), indagando en el making of de la producción y cerrando los textos con un análisis, concienzudo pero no agotador, de cada título.
¿El resultado? Un ensayo escrito como una novela.
Capítulos independientes que se leen de un tirón sin ningún problema, pero también un puzle cuyas piezas sumadas nos aclaran mucho más que cualquier documental al uso por qué los Estados Unidos fueron un caldo de cultivo del terror en aquellos años de Vietnam, la crisis del petróleo, Watergate, la pérdida de valores y muchos otros problemas del mundo real que fueron trasladados —de forma intencionada o accidental— a una filmografía convulsa, desordenada, poco académica en ocasiones, pero que caló hondo en un par de generaciones que descubrieron a través del miedo que este mundo no es precisamente el bosque de Bambi.
Aunque ese estilo no es nuevo. Este lector recuerda algún antecedente ilustre.
Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind, puede ser un patrón perfecto para este tipo de libro. Además, centrado en el mismo periodo del cine americano, cuando el director era la estrella: desde Easy Rider hasta Heaven’s gate. Si aún no lo han leído, búsquenlo.
Está editado en versión de bolsillo —muy voluminosa, eso sí—, con tapa dura, de lujo, en fin, elijan según su gusto, pero léanlo: disfrutarán como lo harían con cualquier ficción con una trama bien hilvanada. Porque las propuestas que sugiere sobre el funcionamiento del New Hollywood podrían venir firmadas por alguno de los mafiosos que pueblan el cine de Martin Scorsese.
La semilla del diablo
“Uno de los grandes placeres de pasar miedo es que hace que nos concentremos. Cuando uno experimenta un miedo extremo, se olvida del resto del mundo. Esta intensidad te ancla en el presente. El terror abrumador puede ser lo más cerca que estaremos nunca de la sensación de nacer. Es decir, que las buenas películas de terror nos hacen pensar; las mejores hacen que dejemos de hacerlo” (página 18).
El primer capítulo del libro ya deja clara cuál va a ser la evolución del cine de terror desde finales de los 60: el viejo William Castle (símbolo del miedo sobre decorados de cartón piedra) es reducido a la función de productor por Paramount Pictures, que prefiere sangre nueva para adaptar una turbadora novela de Ira Levin (Rosemary’s baby), que anuncia la llegada del mismísimo hijo del Diablo a un tranquilo apartamento de Nueva York.
Fue Robert Evans quien se mostró firme a la hora de mantener a Roman Polanski al mando de una película cuyo rodaje fue caótico, pero cuyo éxito de taquilla anunciaba que el nuevo terror llamaba también a puerta de las grandes productoras: La semilla del diablo es hoy un clásico, un título de referencia, gracias sobre todo a la conjunción de distintos talentos (Castle, Levin, Evans, Polanski) y a una ambigüedad que resulta más turbadora que cualquier certeza.
Con su éxito se acabó el cartón piedra en los decorados, el cine de sustos, y llegó el escalofrío, la sospecha, el temor… incluso de tu vecino.
Acababa de nacer un nuevo terror… aunque quizá no era tan nuevo.
Porque casi una década antes un tal Hitchcock había rodado Psicosis, una modesta cinta en blanco y negro que respondía exactamente a esas señas: el escalofrío, la sospecha, el vecino que puede ser un psicópata… y su madre no digamos.
Tipos normales, asesinos extraordinarios
Tras estos dos ilustres antecedentes, Zinoman analiza capítulo a capítulo los grandes títulos del Nuevo Terror. A veces, sus autores son hombres que trabajan en las grandes multinacionales; otras, simples aficionados capaces de cambiar el género a base de usar la imaginación para suplir las carencias de producción.
Por sus páginas pasan todos los títulos que el autor considera claves para el desarrollo del slasher, el psycho-killer, el gore, el American Gothic, el satanismo… y todos esos subgéneros —en el buen sentido de la palabra— que poblaron las pantallas en los 70 y en los 80 —aunque en esta década la proliferación de secuelas y remakes acabó hundiendo el género—.
John Carpenter y Dan O’Bannon con Dark Star; Wes Craven con La última casa a la izquierda y, más tarde, con Las colinas tienen ojos; el productor de áquella, Sean S. Cunninghan, con Viernes 13; William Friedkin y su megaéxito El exorcista; Ridley Scott con su seminal Alien, el octavo pasajero; de nuevo Carpenter, esta vez con La noche de Halloween; George A. Romero con La noche de los muertos vivientes y Zombi (El amanecer de los muertos); Tobe Hooper y La matanza de Texas; el Brian De Palma de su época gloriosa, con Hermanas, Carrie y Vestida para matar; incluso el Tiburón de Spielberg, las primeras obras de David Cronenberg o la horda de imitadores que estos títulos crearon.
Imitadores sin alma, sin creatividad, sin vida. Simples zombis del negocio fácil.
Pero aquellos hombres crearon un estilo. A veces involuntariamente. Casi siempre en compañía de muchos otros. Porque el cine es un trabajo de equipo —otra de las teorías que defiende Zinoman a capa y espada: o a puñal y hacha— y todos tienen su parte de culpa en el éxito de la propuesta final. Y en su fracaso.
Sesión sangrienta ayuda a entender cómo su vida privada puede en ocasiones ser el germen de un tipo de cine (ese Wes Craven cuya madre no le dejaba hacer prácticamente nada: una auténtica madre hitchcockiana), o esos detalles que ayudan a comprender hasta qué punto la historia podía haber cambiado en un momento dado (George Romero dirigió su primer film por casualidad: un grupo de amigos de Pittsburgh quería producir una peli y él podía haber sido actor, músico, productor o mozo de cámaras… pero cierta experiencia como publicitario le catapultó a la dirección; fue el director de La noche de los muertos vivientes por simple casualidad).
Es un libro que ayuda a entender el qué, el cómo y el porqué. Casi nada.
De todo ello da buena cuenta Jason en sus páginas —sí, ya lo habíamos dicho, un nombre muy cinéfilo, sobre todo para los amantes de la saga Viernes 13—. No resulta engreído, ni enciclopédico, ni aburrido, ni pedante.
Escribe con soltura —que no ligereza— y se lee como una novela. Cada capítulo una trama, un porqué, un título clave, unos personajes. Y todos sumados crean una época, un cine, un cambio de mentalidad.
Todo ello centrado en la década de los setenta y su entorno. Luego el cine de terror se aburguesó, se convirtió en algo previsible. Carne de adolescentes descerebrados. Cine de palomitas sin más.
Pero hubo una época en que el público realmente temblaba con lo que veía. Aunque no hubieran mundos extraños ni alienígenas, sino una ciudad muy parecida a la suya y unos protagonistas que podrían ser sus vecinos.
De hecho, seguramente lo eran.
“Lo raro del Nuevo Terror es que empezó a declinar justo cuando la mayoría de los críticos y reporteros creían que estaba tomando altura. Su muerte, como quizá era apropiado, pareció un nacimiento. En los años ochenta hubo más películas de miedo, con presupuestos más holgados y un público más numeroso que nunca. Los directivos de Hollywood habían empezado a meter dinero en el género de terror, y esto produjo una catarata de secuelas innecesarias, insípidos subproductos para mayores de 13 años, formularios filmes de asesinos y también algunas películas excelentes. Pero ninguno de los éxitos populares de los años ochenta alcanzó la intensidad de La matanza de Texas, el impacto cultural de El exorcista o el arte de Alien, el octavo pasajero y La noche de Halloween” (página 211).
Un libro de lectura obligada para los amantes del cine de terror.
Definitivamente, mucho más de lo que su apariencia y su título presagiaban.
Escribe Mr. Kaplan | Sesión sangrienta (Shock value) | Jason Zinoman | T&B editores, 2011 | ISBN 978-84-15405-04-7 Revista Encadenados.