De: Eugène Ionesco
Adaptación y dirección: Francisco Negro
Con Felipe Santiago (Jacobo), Mayte Bona (Madre), Francisco Negro (Padre), Santiago Nogués (Abuelo y Abuela), Mamen Godoy (Suegro y Suegra) y Carolina Bona (Roberta).
CRÍTICA
Según la etiqueta del crítico Martin Esslin allá por los años sesenta, el teatro del absurdo pretendía zarandear a un espectador burgués y complaciente para enfrentarlo al sinsentido de su propia existencia. Para ello, se ponían en jaque todos los preceptos básicos del teatro tradicional, empezando por el propio lenguaje que quedaba reducido a un código ilógico, concebido únicamente para adocenar aún más a quienes se atrevían siquiera a soñar. Ese espíritu: el de la denuncia a través de una carcajada catártica pero también punzante, es el que Morfeo Teatro ha rescatado en La sumisión y el porvenir está en los huevos, el montaje que llega a las Naves del Matadero tras una larga gira por España.
Jacques o la sumisión y El porvenir está en los huevos son dos farsas escritas por Ionesco que Francisco Negro ha adaptado y, prácticamente rescatado del olvido en los escenarios de nuestro país, pues más allá de su estreno por el TEU de Sevilla en 1966 en programa doble y de otro montaje más reciente en el aula de teatro de la Universidad de Zaragoza, no habían llegado a un gran escenario. Se agradece, por tanto, una puesta en escena que respeta tanto y tan bien el espíritu de un Ionesco que se siente más vivo que nunca: tanto el espacio escénico de Regue Fernández Mateos como el diseño de vestuario de Mayte Bona, nos trasladan a otra época que, al tiempo, nos interpela de manera muy directa. En esta misma dirección, el trabajo de cuerpo y voz de los actores retoma el efectismo propio de sentimientos y gestos propugnado por el propio Ionesco en su ensayo “Experiencia del teatro”.
De hecho, uno de los grandes valores de este montaje es la inteligente versión de Francisco Negro –que mereció una candidatura a la mejor adaptación en los últimos Premios Max– pues amplifica y subraya ese espíritu burlesco, casi de caricatura que encontramos en el texto. Los mejores ejemplos los encontramos en la lectura de algunos de los personajes como el abuelo –convertido aquí en un fantoche animado por un genial Santiago Nogués– o la fusión de la suegra y el suegro gracias a la espléndida labor de Mamen Godoy que disparan los momentos hilarantes en la primera parte del montaje.
A nivel interpretativo destacan además Mayte Bona como la madre del sufrido –y sumiso– Jacobo y Francisco Negro quien participa también como actor interpretando a un divertido –aunque también tiránico y absurdo– Padre. Por su parte, Felipe Santiago (Jacobo) y Carolina Bona (Roberta) conmueven al espectador en las escenas que comparten a solas y logran enternecerlo mediante una relación por momentos improbable y grotesca, pero profundamente humana que contrasta con el trágico final a que ambos se ven abocados. Sin duda, el cariño y el mimo que rezuma la puesta en escena por parte de todo el equipo son muy de agradecer.
La sumisión y el porvenir está en los huevos es un canto contra la opresión del pensamiento único; una metáfora nada oscura, sino tremendamente transparente, de la aniquilación de un espíritu libre a través de los sacrosantos preceptos para la pervivencia de la raza: tradición, familia, producción. “¡Tengo principios!” exclama en varios momentos un desesperado Jacobo ante un mundo que corre a silenciarlo. La mezcla de terror, tristeza y conmiseración en la mirada del protagonista en ese “cara a cara” final con el huevo —que quizá sea el Jacobo del mañana– plantea al espectador unos idénticos interrogantes a los del estreno del texto hace ya setenta años. En un mundo gobernado por las lentejas con chorizo… ¿quién será capaz de alzar la voz para decir que las aborrece?.
“Que esto nos sirva de revelación”.