Texto: Ramón Gómez de la Serna
Dramaturgia y dirección: Xavier Albertí
Con: Pedro Casablanc y Mario Molina
Teatro Español
Hasta el 9 de abril de 2023
CRÍTICA
Antes de la irrupción en los ochenta de la célebre banda punk neoyorkina y la mucho más reciente avalancha de su merchandising en los centros comerciales más selectos del país, los Ramones primigenios, auténticos y genuinos en España eran dos (con permiso de García y su capa): Ramón Gómez de la Serna –el único Ramón de nuestra literatura capaz de ser reconocido solo por su nombre de pila– y Ramón del Valle-Inclán. A ambos está dedicado en clave de homenaje el último montaje de Xavier Albertí, quien fuera director artístico del Teatre Nacional de Catalunya hasta 2021, que demuestra en esta arriesgada apuesta un respeto y un cariño enormes hacia ambas figuras.
Ramón María del Valle-Inclán parte de la biografía que De la Serna le escribió a su tocayo en 1944, desde su exilio y que, más que biografía, es una novela que ensancha la figura de aquel mito literario –y bohemio irredento– que ya era Valle-Inclán apenas ocho años después de su muerte. Este texto, donde se combina a veces lo legendario con lo factual, le sirve a Albertí para urdir una dramaturgia que también hace guiños a su polígrafo autor.
Así fragmentos de El orador, el célebre monólogo de Gómez de la Serna, sirve de prólogo a una hora de teatro intensa y emocionante que nos traslada a aquella Edad de Plata –que hoy parece tan lejana– en la que Valle se abría paso, muchas veces a puro grito, entre los intelectuales de su tiempo.
No faltan los episodios más conocidos de su trayectoria vital: el infame bastonazo de Manuel Bueno que lo convirtió en el segundo manco más célebre de nuestra literatura; el vuelo en avión sobre las trincheras de la I Guerra Mundial; su teoría teatral; las dificultades para conseguir el éxito rotundo entre el gran público y, por supuesto, su entierro que, de no ser por tratarse del sepelio de una figura auténticamente heroica, bien podría haberse tildado de esperpéntico.
El punto de partida textual es tan espléndido que, al verlo representado, parece obvio que este ejercicio de dramatización tendría que haberse llevado a cabo mucho antes. Con todo, si el experimento funciona –y sabemos que las dramatizaciones de textos narrativos muchas veces no lo consiguen– hay un principal responsable y es su protagonista: un mayúsculo Pedro Casablanc que encarna al ilustre narrador –De la Serna– y al ilustre personaje –Valle-Inclán– con una contundencia, ternura y, por momentos, ironía que resultan vívidas para los espectadores.
Su trabajo debe subrayarse como lo que es: la demostración del enorme poder escénico de un gran actor cuando da vida a un gran texto. Casablanc se acompaña del pianista Mario Molina, cuya música dialoga con el relato, fomentando muchas veces el lirismo, la tensión o la comedia del monólogo.
Muchas de las piezas que Albertí ha elegido para la ocasión pertenecen al vasto catálogo del género chico y el cuplé –que este director conoce muy bien– lo que nos ayuda a sumergirnos en aquel Madrid “absurdo, brillante y hambriento“.
Si bien ese compañero de trabajo que siempre llega tarde o ese vecino que no recicla puedan presentar reticencias ante una pieza teatral de una hora sobre esos escritores que estudiaron en secundaria y de los que apenas recuerdan nada, intenten disuadirles y regalarles una entrada.
Viajarán en el tiempo, verán la vida a través de un monóculo sin cristal y podrán conocer un poco a uno de esos genios irrepetibles que conoció como nadie la naturaleza de ese país grotesco llamado España.
